Apenas hay carteles de propaganda en las calles de la capital chilena y el texto constitucional que se votará el domingo no aparece en las vitrinas de las librerías como pasaba hace un año. La propuesta tampoco es un tema de debate en los cafés.
Las campañas a favor y en contra de la segunda propuesta constitucional, un nuevo intento por tener una carta magna que sustituya a la que instauró en 1980 la dictadura Augusto Pinochet (1973-1990), se centraron el jueves en atraer a los indecisos con banderazos que agruparon a unas pocas decenas de personas en lugares estratégicos de Santiago y otros puntos del país.
Los partidarios de la aprobación del texto señalan que se trata de una propuesta moderna que consagra libertades, trata temas cercanos a la ciudadanía como la inseguridad y que dará certidumbre y estabilidad a Chile. Los que lo rechazan señalan que es una Constitución que profundiza el modelo neoliberal y supone retroceso en derechos.
La paradoja es que a pesar de la apatía actual el reclamo por una nueva Constitución fue central para amplios sectores de la población durante el violento estallido social de 2019.